lunes, 14 de septiembre de 2009
Texto para la profundización y trabajo grupal - semana 2
2ª Semana
Las condiciones del seguimiento de Jesús
en los evangelios sinópticos
Jesús estableció unas condiciones serias y comprometedoras a los que llamó a su seguimiento. Inicialmente, se trataban de condiciones externas: dejar la familia, la casa, la profesión, las pertenencias personales. Posteriormente, exigió condiciones internas: renunciar a sí mismo, tomar la propia cruz (“cada día”, añade Lc 9,23) y seguir así a Jesús.
1. Las primeras llamadas y la conversión
En las primeras llamadas al discipulado aparecen claramente algunas condiciones de Jesús. Éstas se enmarcan en el contexto de la conversión y son el precio duro que cada discípulo tiene que pagar para responder a dicha llamada.
Al llamado de Jesús, los primeros cuatro discípulos dejan las redes, las barcas, su profesión de pescadores y su familia. Lc que subraya las exigencias del seguimiento, escribe que los discípulos lo dejaron todo: “Dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5, 11).
Leví es llamado desde el banco de los impuestos y abandona su profesión de cobrador. Lc 5,28 insiste nuevamente en que lo deja todo: “dejándolo todo, se levantó y lo seguía continuamente”.
Después de la negativa del joven rico (Mc 10,17-22; Mt 19,16-22; Lc 18,18-23) y ante las duras palabras de Jesús referidas por los tres sinópticos (Mc 10,23-27; Mt 19,23-26; Lc 18,24-27), Pedro manifiesta el sentir de los Doce dirigiéndose a Jesús: “Ya ves, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28; Mt 19,27; Lc 18,28).
2. Las llamadas a la misión
Cuando Jesús envió a los Doce durante su vida pública (cf. Mc 6,7-13; Mt 10,1. 7-11.14; Lc 9,1-6), les impuso condiciones claras para ser misioneros. El hecho es relatado por los tres sinópticos; entre estos, el texto más exigente es el de Mt 10,9-10: “No lleven ni oro, ni plata, ni moneda de cobre en sus cintos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón”. Se trata de un lenguaje parabólico en el que lo más importante no debe ser quien lleva el mensaje de Jesús, sino el mismo mensaje. La persona misma del misionero es parábola para los que escuchan el mensaje de Jesús que él anuncia.
El pensamiento de Jesús es que quien es enviado por él a anunciar el Reino de Dios debe limitarse a lo estrictamente necesario para sí y demostrar un total desprendimiento de las cosas materiales. Lo más importante en los tres textos no es la persona que anuncia, sino el contenido del anuncio.
Cuando Jesús envió a los setenta y dos discípulos les impuso también condiciones duras para ser misioneros (Lc 10,1-11).
3. Las condiciones del seguimiento según otros relatos
Lc 9,57-62 ha conservado tres discursos de Jesús, dirigidos a tres posibles candidatos, que ponen en evidencia la dureza de las condiciones del seguimiento, su radicalidad y su urgencia. Mt 8,18-22 tiene dos sentencias paralelas a las dos primeras de Lc, mientras que Mc no tiene ninguna.
Otro texto que habla de las condiciones para seguir a Jesús es el encuentro con el joven rico presentado por Mc 10,21; Mt 19,21; Lc 18,22:
En el texto de Mc 10,21 Jesús pide al rico la venta de lo que tiene y la repartición de lo recabado a los pobres.
En el texto paralelo de Lc 18,22 Jesús insiste en que el rico tiene que vender todo lo que tiene.
El texto que presenta alguna diferencia es Mt 19,21:“Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos”.
La invitación a dejarlo todo, de la cual nos hablan los evangelios sinópticos, es, ante todo, una renuncia afectiva, un desprendimiento del corazón, que hace completamente disponibles para la obra del Reino de Dios. Se trata de una actitud que no permite que las cosas terrenas se antepongan a los intereses del espíritu. Las condiciones requeridas por Jesús, para aquellos que lo siguen, son exigencias que él mismo ha vivido. Él no impone nada que no haya vivido primero: su desprendimiento del dinero, de la riqueza, de toda comodidad de la casa, es radical.
Los discípulos de Jesús deben renunciar a estas ataduras humanas y a los deberes que derivan de ellas. Si Jesús habla de esta manera es porque él tiene el derecho, siendo él mismo completamente desprendido de su familia, para un servicio mejor, más generoso y completo para el Reino de Dios. A los que le dicen: “Tu madre, tus hermanos y hermanas se encuentran allá afuera y te buscan”, Jesús responde: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?... Quien cumple la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (cf. Mc 3,34-35; Mt 12,46-50; Lc 8,19-21).
Jesús se siente completamente vinculado y entregado a la misión que le confió el Padre y quiere formar a sus discípulos con la misma dedicación (Mc 1,17.48).
Pero, además del desprendimiento de las ataduras humanas, Jesús pide al discípulo una preferencia y un amor radical hacia su persona. Leemos en (Lc 14,26): “Si uno viene a mí y no odia a su padre, su madre, su mujer, sus hijos, sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo”. El verbo “odiar” en este discurso es un hebraísmo y significa posponer, colocar después, hacer pasar en segunda línea.
En estos discursos Jesús no se portó con sus discípulos como un rabí cualquiera. Sus relaciones con ellos fueron diferentes a las que había entre los demás rabinos y sus discípulos. Ordinariamente los maestros se hacían servir por sus discípulos imponiéndoles la obligación de hacerlo, exceptuando los oficios reservados a los esclavos. La conducta de Jesús fue completamente diferente. Formó a sus discípulos para la acción y acudió en su ayuda para el ministerio, pero no asumió nunca una actitud de jefe que utilizara a su favor la disponibilidad de los demás. Incluso, llamó la atención de sus discípulos sobre el carácter paradójico de su conducta: “Yo estoy entre ustedes como quien sirve” (Lc 22,27). Y esta conducta comportaba una obligación para quienes lo seguían. Es lo que expresan los versículos anteriores de Lc 22,25-26: “Los reyes de las naciones las gobiernan... Pero entre ustedes no debe ser así; sino que el más grande entre ustedes sea el más pequeño y quien gobierna actúe como el que sirve”. En el paso paralelo de Mc 10,45 Jesús añade: “El Hijo del hombre en efecto no ha venido para ser servido, sino para servir y entregar su propia vida en rescate de muchos”. Jesús se ha presentado a los discípulos como el modelo del servidor humilde. El camino de la cruz no es en primer lugar sufrir sino servir.
Para la animación grupal
Resumen: Las exigencias del Seguimiento
Jesús estableció unas condiciones serias y comprometedoras a los que llamó a su seguimiento. Inicialmente, se trataban de condiciones externas: dejar la familia, la casa, la profesión, las pertenencias personales. Las condiciones requeridas por Jesús, para aquellos que lo siguen, son exigencias que él mismo ha vivido
Dejarlo todo: es, ante todo, una renuncia afectiva, un desprendimiento del corazón, que hace completamente disponibles para la obra del Reino de Dios.
Jesús pide, además, una preferencia y un amor radical hacia su persona: “Si uno viene a mí y no odia a su padre, su madre, su mujer, sus hijos, sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26).
Jesús coloca estas condiciones para que los discípulos puedan, como él, dedicarse completamente a la misión que le confió el Padre: el servicio para el Reino de Dios. Realizar esta opción implica formar parte de la familia de Jesús.
Pensar la propia vida
¿Qué renuncia personal te pide Jesús, para crecer en su seguimiento?
¿Cómo respondes a esa propuesta?
¿De qué forma esa respuesta ayuda al crecimiento del Reino de Dios?
Pensar la comunidad
¿Cómo puede expresar mejor nuestra comunidad el pertenecer a Jesús?
¿Qué iniciativas necesitamos asumir / mejorar para servir mejor a la causa del Reino de Dios?
¿De qué forma nuestra comunidad sostiene a las personas llamadas de forma especial al seguimiento de Jesucristo?
Orar la vida
Misión es partir, caminar, dejar todo,
salir de sí, quebrar la corteza del egoísmo
que nos encierra en nuestro yo.
Es parar de dar vueltas
alrededor de nosotros mismos
como si fuésemos el centro
del mundo y de la vida.
Es no dejar bloquearse
con los problemas del mundo pequeño
a que pertenecemos:
La humanidad es más grande.
Misión es siempre partir, mas no devorar kilómetros.
Es sobre todo abrirse a los otros como hermanos,
descubrirlos y encontrarlos.
Y, si para descubrirlos y amarlos
es preciso atravesar los mares y volar por los cielos,
entonces misión es partir hasta los confines del mundo.
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